Pour ceux qui comprennent l'espanol, auront la chance de lire ce conte écrit par Gisel, contre témoignage d'une Guerrera d'Ixcan, du Guatemala..
La Cazadora de Mariposas - Un Cuento soplado desde Ixcan-
A Reyna Caba, sobreviviente al espanto y la ciega ira,
porque su fuerza de lucha nunca se apague,
porque su pueblo extienda las alas...
Es verdad, ella fue quien había dado su hija al cuidado de esa familia de amigos.
Es verdad, ella había decidido vestir pantalones y agarrar la metralla.
Es verdad, ella había partido a pleno monte para, entre palmeras y cardamomo, pelear por una vida más justa para todos, para sus hijos, para su pueblo.
Es verdad, ella era la luchadora, la que pretendía ser valiente, la idealista.
Su nombre era Reyna… ¿Por qué la habían llamado así sus padres?... ¿Acaso estaba predestinada a ser la reina de algún reino lejano y misterioso?... Desde niña se lo preguntó, desde cuando vivía en Chajul y sus cantos los entonaba sólo en Ixil… ¿Por qué ese nombre? ¿No se suponía que su pueblo estaba en contra de los reinos?
Llevaba años viviendo en un campamento de la guerrilla, la habían escogido como encargada del escondite por sus dones innatos de liderazgo y su mirada valiente. ¿Sería aquel perdido paraje selvático su reino?...
No era fácil para ella el dejar a un lado su maternidad a fin de mejor enfrentar la causa, para estar entera al servicio del proceso revolucionario que llevaban los pueblos de su patria. Bajo el ideal de “tierra y dignidad” dirigía su campamento con mano segura, tomaba decisiones e iba siempre en avanzada. Era admirada por sus pares porque nunca titubeaba, ella misma fue quien “operó” a los gallitos del campamento para que su canto matutino no los delatara frente al ejército que seguía su rastro, ella también daba la bienvenida a los recién llegados y les designaba las posiciones, los entrenamientos. Era una verdadera guerrillera.
Sin embargo, Reyna guardaba en su pecho un gran amor, un amor que se vio trunco por la “causa”, un amor que no podía cantar… Como los gallos que ella misma operaba, su voz de madre la había acallado, silenciado, para dejar salir la voz de la guerrillera sin temores ni medias aguas.
El tiempo avanzaba y en cada gota de lluvia, en cada nuevo rayo de sol ella no podía dejar de ver los ojitos de candela de su pequeña, la que había dejado un par de años atrás en casa de una familia amiga. Así, entre recuerdo y recuerdo, un día decidió obedecer a su corazón de madre para dejar el campamento y partir hacia México, quería cruzar la frontera para seguir luchando desde una posición fuerte también pero algo diferente; quería poder cantar su amor de madre, dejar salir su voz como el agua de un río que baja del monte y va cantando fuerte, claro, feliz de recorrer la tierra e ir abrazando la vida a su paso. Ella quería cantar su maternidad, abrazar la vida de su hija y, juntas, construir el porvenir justo, luchar con ella por esa “tierra y dignidad”
Decidió moverse rápido y en compañía de algunos compañeros fue hasta la casa donde se cobijaba la pequeña. Al verla escondida, tímida, jugando a ocultarse tras un costal de maíz, su corazón brincó con fuerza y sosiego. Tenía que ser suya otra vez, debía recuperarla, ¡sin ella ninguna lucha valía la pena!
La niña, temerosa de los extraños, huía a su mirada de miel que trataba de abrazarla, se ocultaba la pequeña entre las polleras de la mujer que la cuidaba y ésta, reacia a la improvista visita, se negaba a darle la niña; después de todo fue ella quien cuido su malaria y quien le dio las agüitas cuando se enfermaba de la panza… nadie más que ella podía saber que era mejor para la patoja.
Reyna, con ese hablar calmado y paciente, típico de su pueblo, trataba de explicarse, de convencerla y hacerle entender cuanto necesitaba a su hija para seguir luchando, para que todo valiera la pena. Poco convencida la mujer, pero rendida al amor materno, con una mirada esquiva dio su consentimiento para que se llevara a la niña… preparó un atado de ropas, echó unas cuantas tortillas al morral de la pequeña y la vio alejarse de la mano de esa mujer que le parecía extraña, mezcla de fiera y delicada mariposa.
Desconfiada la pequeña caminaba en reversa, sus pasos iban hacia el frente, llevada por la fuerza de la mano de esa mujer tan ajena, tan cruel y mezquina, pero su alma se había quedado enredada en las polleras de quien ella llamaba “mamá”. ¿Por qué la arrebataba así de los suyos?, ¿Por qué ahora, cuando ella disfrutaba de sus árboles de mango y los naranjales en flor? ¿Qué derecho tenía esta mujer ajena?
No habían avanzado más allá del río cuando la pequeña, de un movimiento rápido y hábil, logró desatarse de la mano que la aprisionaba para correr libre, libre otra vez por el monte. No sería difícil deshacer sus pasos, su rancho estaba allí, muy cerquita, allí estaría su “mamá” esperándola con el caldo de hierbas que tanto le gustaba, le daría unas tortillas recién salidas del comal y ella podría volver a subir al naranjal y respirar el olor dulce de la fruta maduras, allí muy cerca estaba todo cuanto amaba. Corrió rápido y ágil entre el alto y verde pasto que la cubría entera, apenas se divisaba su colorido huipil por entre el monte cómplice de su carrera hacia la libertad. Pero no iba a ser tan fácil, esa mujer no estaba sola, habían más con ella, unos hombres que la ayudaban en este robo sin razón. Uno de ellos corrió y la agarró por el corte impidiendo que sus pies flotaran. Ya en el piso y totalmente prisionera de unos brazos sudorosos y fuertes, cerró los ojos para tomar fuerzas y poder gritar a todo pulmón “Noooooo, nooooo, no quiero. Mamá!!!”
Reyna se acercó y recibió una buena patada y unos fuertes manotones de una manito pequeña pero rápida; no había que confiarse. El hombre, su captor, la convenció “No te preocupes, mirá vamos para tu casa pero por otro camino, calma, calma” Estas palabras lograron domar a la fierecilla, quien cansada de tanto gritar y llorar se aferró al silencio para poder visualizar con lujo de detalles cada piedra del camino y poder regresar al menor descuido, tenía todo planeado, sólo le quedaba esperar el menor descuido y rechazar, siempre rechazar a esa mujer cruel para que comprendiera que no tenía derecho a arrebatarla de su mundo.
Pero la noche llegó y en seguida se vino el día y con él no vino su “mamá”, ni su rancho, ni su cocina ahumada… nada… sólo el camino y esa mujer de los ojos tristes, cuya mirada se humedecía cada vez que ella la arañaba o gritaba. Se dijo, “Si no puedo volver a casa, entonces mejor morir” y decidió cerrar la boca, ya no la escucharían ni gritar, ni llorar, pero tampoco la verían comer ni beber… ¡tenía que ganar la batalla! El hombre se le acercaba con voz dulce, pero ella no se dejaba engañar, ya no podía confiar en nadie, era prisionera y debía hacer frente a la adversidad con valentía, todos eran cómplices de la mujer, todos!
Los días pasaban y ella sólo veía caminos y árboles, no había tiempo para jugar ni para dormir en calma, todo era silencio. Pasó el sol, pasó la luna, una y dos veces… Una mañana, cuando el sol se asomaba, la mujer vino a buscarla para seguir andando y entre paso y paso ellas fueron descubriéndose, domesticándose mutuamente… las mariposas fueron sus cómplices compañeras en un juego de cacería lleno de ilusión y risas.
“Mirá, una mariposa. Corré que no se te escape”, le decía Reyna a la pequeña. Y ésta corría con sus pequeños pies para brincar y tratar de atrapar al alado suspiro colorido. “No la alcanzaste, mirá allá hay otra. Corré!”… y de pronto el camino se hizo pequeño, corto y divertido… El sol ya no mordía ni el hambre lanzaba su grito mordiendo las tripas vacías de una niña corajuda y decidida. Las tortillas que le dio la “mujer” fueron las más sabrosas que había probado, los frijoles se mezclaban perfecto con su huipil colorado, todo era risa y diversión, no importaban los caminos… no importaba.
Reyna por fin había ganado la batalla, había conquistado el corazón de su hija, era la primera victoria dentro de una lucha que aun no estaba decidida. La lucha por conquistar la sonrisa de todos, por conquistar la sonrisa esquiva de un pueblo que, a pesar de todo, no se cansa de dar caza a la esquiva NAM…
Desde la punta sur de nuestra estrella, Gisel
Octubre 2008
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